lunes, 26 de octubre de 2009

SIGUIENDO A EVO MORALES


Durante más de diez años, el periodista argentino Martín Sivak siguió a Evo
Morales, en el camino de dirigente cocalero a presidente de Bolivia. Suficiente
material para escribir Jefazo, que llega estas semanas a las librerías. Aquí, un
adelanto en el que se percibe la presencia permanente del cronista en el círculo
íntimo de Morales, mirando y contando su particular forma de ejercer el poder.


      Por Martín Sivak


—Éste es el gobierno de los solteros —me
dijo—. Cada vez que vuelvo de un viaje tengo
miedo de que Álvaro (García Linera, el vicepresidente)
haya hecho un decreto imponiendo
una primera dama.
—Cuando te conocí (en 1995) planeabas casarte. ¿Qué
pasó?
—Sí, claro. Fue la única vez que estuve cerca de casarme.
Pero el compañero David (Choquehuanca, su canciller) me
convenció de que no lo hiciera. No me casé y ya no creo que
me case. Además, yo estoy casado con Bolivia. Alguna vez me
dije: tanta gente me quiere, pero no me quiere una mujer. Y
eso pasaba en la década del noventa. Yo proponía matrimonio
y me decían: “No, te van a matar, te van meter en la cárcel”.
—¿Quién te dijo eso?
—Algunas compañeras de la clase media, de la clase profesional.
Y nuestras compañeras también me decían: “Yo me
quiero casar, pero para estar todo el tiempo contigo”.Y es difícil.
Imagínate salir a las cinco de la mañana y la dejas ahí,
botada en la cama.
El vocero le pasó el hilo dental. Evo cortó un pedazo y lo hizo
circular. Nos sacamos de entre los dientes los restos de animales,
menos el vice que había traído cepillo.
—Álvaro —le pregunté—, ¿no es peligroso
que vueles con el Presidente?
—Si nos quieren matar, nos matarán pues.
***
—Hoy te vi entre multitudes, con asesores,
con seguridad. ¿Qué pasa cuando estás solo?
—Solo estoy más inspirado. Sobre todo a la
noche. Yo duermo unas dos horas y me despierto
cada diez, quince minutos. Ni prendo la
luz. Estoy pensando y se me vienen ideas.
—Alguna vez me contaste que cuando te despertás
a la noche rezás por tus padres. ¿Lo
seguís haciendo?
—Cuando hay problemas muy serios, después
de descansar un poco, como a la una de
la mañana, rezo a mis padres, creo en mis padres, regreso a mi
madre tierra.

EL SOBREVIVIENTE

Dionisio Morales Choque eligió, con el almanaque Bristol que
promocionaba los jabones, lociones perfumadas y remedios
capilares de Murray & Lanman, un primer nombre para su
hijo: Evaristo. Luego dudó, pensó en Eva si fuese mujer y se
dejó tentar con el nombre extraño que resultaba al permutar
la a por la o. “Evo, de tres letras nomás”, se convenció. Así,
Evaristo se convirtió en Evo. Muchos años después, el
Presidente se preguntó por qué sus padres no lo habían llamado
Adán.
Ese 26 de octubre de 1959, la curandera de la comunidad de
Isallavi, la tía Luisa, hizo que Juan Evo Morales Ayma naciera
y, además, que sobreviviera a una muerte temprana. Su madre,
María Ayma Mamani, se desangraba, mientras que Dionisio
corría desde su comunidad hasta Orinoca
(provincia Sud Carangas del departamento de
Oruro) en busca de la partera. Pero nunca la
encontró. En Orinoca no había hospital ni un
equipo para socorrer a la madre y a su hijo. Los
vecinos aportaron algunas hierbas que la
curandera aplicó sobre el cuerpo frágil y empapado
en sangre de María. Alguien corrió hasta
el lago Poopó para conseguir agua.
La voz débil de la tía se oyó entre los gritos
de la parturienta:
—Tal vez te antojaste algo y por eso la guagua
no puede nacer.
—He visto hornear pan y eso me antojé
—contestó.
Hicieron una tortilla con harina y alcohol.
María la probó y al rato su hijo nació sobre un
cuero trasquilado de oveja porque no quería ensuciar la poca
ropa que tenían.
Evo quedó con la marca del sobreviviente. Además, cuatro
de sus siete hermanos murieron: uno al nacer y los otros tres
—Luis, Eduvé y Reina— de enfermedades curables.
La salud del Estado hijo de la Revolución de 1952, el del
sufragio universal, la nacionalización de las minas y la reforma
agraria, no llegaba hasta esos confines. Tampoco la luz eléctrica,
el gas ni el agua potable.

HE SOÑADO

Evo Morales duerme con las manos sobre el abdomen. Una
frazada le entibia las piernas y un gesto despreocupado le da
aires de adolescente. Ni los rayos de la tormenta que sacude
al Mar Caribe, ni los vientos huracanados que bambolean al
avión de siete plazas consiguen perturbarlo. Parece encantado
por una paz que no tiene. Despierta sobresaltado. Los ojos
achinados por el cansancio se han vuelto rojos, casi demenciales.
Su cuerpo se encorva hacia adelante
con torpeza y sus pelos lacios y crinados se
paran como si tuvieran fijador. Mira a los costados
y me dice:
—He soñado.
Eso es importante para él, para su destino
como presidente y, eventualmente, puede
serlo para las fuerzas políticas que conduce
desde e l cielo, l a selva y e l Palacio
Quemado.
—La DEA me ha estado correteando. Por
ahí, por el monte.
Son las 3.25 de Nigeria, país que dejó hace
unas horas atrás, las 22.25 del día anterior en
Cuba, el próximo destino de la gira, y las 22.25
de Bolivia, según el reloj azul que —esté en el
continente donde esté— Evo mantiene con la
hora de su país. Juan Ramón Quintana, ex militar, sociólogo
y ministro de la Presidencia, le pregunta:
—¿Y por dónde te perseguían en el sueño?
El Presidente cierra los ojos e intenta recuperar esas imágenes
extraviadas. Al final debe resignarse.
—Era la DEA, eran los gringos. Pero no me acuerdo nada
más.
Para él esos sueños suelen ser premonitorios, señales que
debe atender tal como escucha las sugerencias de sus asesores
o los pliegos de los sindicatos. En junio de 2006, un día en
que se reunió con el entonces embajador de los Estados
Unidos en Bolivia, David Greenlee, soñó que Fidel Castro se
caía mientras caminaba con él por las calles de Orinoca. Al
despertarse, llamó al embajador de Cuba en Bolivia, Rafael
Dausá, preocupado por la salud del comandante. El diplomático
lo tranquilizó:
—Fidel está muy bien, Evo. Quédate tranquilo.
Semanas después, el 31 de julio, el gobierno cubano hizo pública
su enfermedad y que delegaría su cargo en
Raúl Castro, su hermano. El 7 de septiembre
Morales viajó a La Habana para reunirse con
Fidel durante dos horas y le regaló un indio de
madera. “Estaba malito”, cuenta en nuestro
vuelo a Cuba donde tendrá lugar la celebración
diferida de los ochenta años del nacimiento
de Fidel. Casi una despedida oficial.

TROPICOLA

Morales compara esta visita del 1º de diciembre de 2006 con
su primer viaje a La Habana, en 1992, donde participó en un
congreso. Para él, La Habana sabe a tropicola y a agua de pileta.
Esos líquidos lo mantuvieron de pie cuando acabó aquel
evento.
Ignoto dirigente cocalero, llegó a la isla con un pasaje de ida,
un dólar, la promesa de que le pagarían el regreso y un deseo
excluyente: conocer a Castro. Lo vio por primera vez en el
Palacio de Convenciones. Supo que quería hablar con esa entonación
y encadenar oraciones durante horas. Pretendió saludarlo
pero no tuvo suerte. Se inscribió en la lista de oradores,
esperó dos días para hablar tres minutos, pero en el momento
de la verdad se le nublaron las ideas y pronunció un discurso
confuso y errático. No se recuperaba de la desazón cuando
irrumpieron los problemas prácticos: no había plata para su
vuelta. Hasta que le consiguieron un asiento en un vuelo a
Perú, sobrevivió con tropicola y agua de piscina. En Lima cambió
el dólar por soles para hablar con Juan Rojas, un dirigente
campesino peruano, que le prestó cien dólares para que siguiera
viaje a Bolivia: tardó un día y medio en llegar a un encuentro
campesino porque las lluvias empantanaron los caminos.
Desde aquella visita de 1992 hasta este encuentro, Evo pudo
edificar una relación casi de hijo y padre con Fidel. El azar los
ayudaba: el presidente de Bolivia nació en 1959, el mismo año
de la Revolución Cubana.
El principal consejo que le dio Fidel —o el que Morales
recuerda como el más importante— fue en La Habana, en
2003: “No hagan lo que nosotros hemos hecho: hagan una
revolución democrática. Estamos en otros tiempos y los pueblos
quieren transformaciones profundas sin guerras”. Estaban
reunidos en su despacho, rodeados por los bustos de José Martí
y Abraham Lincoln, un óleo de Camilo Cienfuegos y una foto
autografiada de Ernest Hemingway.
Evo, que había coqueteado con la idea de la lucha armada,
hizo esas palabras casi propias: la revolución sería con los votos
o no sería.
—Si un día soy presidente y Estados Unidos nos bloquea
económicamente, ¿qué debo hacer? —le preguntó a Castro en
2004.
—No tienes por qué tener miedo. Bolivia no es una isla como
Cuba. Tiene países amigos y riquezas naturales que debe recuperar
y saber administrar. Están Lula, Kirchner, Chávez, Cuba.
Nosotros no teníamos nada de eso y, al final, ni siquiera a la
Unión Soviética.
En abril de 2005, Evo viajó a La Habana para operarse la
rodilla. En el postoperatorio los cubanos le exigieron que descansara
por los años de exigencia que llevaba. Como Chávez
visitó La Habana el 29 de abril, Fidel pidió que aparecieran los
tres en una foto “del Eje del mal”.
—Cuando lo escuché —recordaría Morales— me olvidé de
recoger las muletas y caminé: los médicos quedaron
sorprendidos. Pareció la orden bíblica:
“Evo, levántate y anda”.
El fin de semana previo al decreto de nacionalización
de los hidrocarburos del 1º de mayo de
2006, el presidente boliviano se reunió con Fidel
y con Chávez en La Habana en una cumbre de
la Alternativa Bolivariana para América Latina
y el Caribe (ALBA). A Chávez no le anticipó la nacionalización,
pero a Castro sí. “A él no podía ocultárselo”, explicó.
—¿Por qué no la haces después del inicio de la Constituyente?
—le preguntó Fidel a modo de sugerencia.
Morales tomó su propia decisión y la hizo antes.
***
En la noche del 6 de agosto de 2002 Morales conoció a
Hugo Chávez. Había esperado con ansiedad ese primer contacto.
Chávez le habló de la Biblia, y después
le dijo:
—Paciencia, Evo. La revolución lleva tiempo,
tienes que tener paciencia.
En ese preciso instante, el nuevo gobierno
de Bolivia estuvo a punto de caer. Cuando
faltaban treinta minutos para la jura del
Gabinete, Sánchez Berzaín recibió un fax con
los nombres de los siete ministros del MIR que Paz Zamora
exigía que fueran designados. Goni no conocía a varios de ellos
y se encolerizó:
—Yo renuncio. Ésta es una humillación que no voy a tolerar,
carajo. Si acepto esta lista, me voy a la mierda.
Mesa intentó calmarlo.
—¿Vas a salir al balcón a decir que renunciaste? —le preguntó.
—Que me llame ese hijo de puta porque renuncio —contestó
Goni.

EL PRESIDENTE

Después de un: “¿Cómo estás?”, monologó
durante un rato
largo casi sin interrupciones. Como en los discursos
públicos, los temas se entremezclan según
vínculos firmes, a veces imperceptibles para sus
oyentes. Se veía más ejecutivo, más hacedor y
más preocupado por la gestión que el Morales de 2006.
—Condonaron la mitad de las deudas. Y yo pensaba que
después de la condonación no sería posible pedir crédito.
Antes estaba en contra de los créditos porque creía que había
que usar la plata que uno tenía y ya...Los ministros tenían
sueldos de tres mil dólares y sobresueldos de —otros— tres
mil dólares. Yo quería ganar cinco mil pesos (625 dólares),
que es lo que necesito para la pensión de mis hijos, pero me
dijeron que si pedía eso todos los ministros debían ganar
menos que yo... Como dirigente sindical necesitaba dinero
para caminar y comer: acá es lo mismo y como
me pagan la movilidad y la comida no necesito
más....Yo acabo de entender lo del déficit fiscal
y lo del superávit: antes de ser presidente no
sabía... De 1970 en adelante el Estado siempre
tuvo déficit fiscal. Y nosotros no fuimos a
Estados Unidos a pedir dinero para pagar los
aguinaldos, hemos pagado antes...Las reservas
estaban en mil setecientos millones y ahora
están en tres mil quinientos millones. El peso
boliviano se revalorizó frente al dólar...
Empezamos con una deuda de cinco mil millones
de dólares: cada boliviano debía unos quinientos
dólares y ahora, menos de doscientos...
Tampoco podemos cambiar el modelo de quinientos
años, de veinte años, en un año y
medio de gobierno... Quiero que haya voto a
partir de los dieciséis años… En el campo, el niño trabaja
desde que anda: a los seis o siete años ya espanta a los pájaros
para que no se coman la quinua. Eso hice yo...Los ministros
deberían pasar horas escuchando a los cocaleros... Hay un
problema campesino que es el paso del campo a la ciudad.
Hasta que no se resuelva ese problema no se resolverá el problema
de Bolivia... Mira, yo nunca pensé en ser alcalde y
ahora soy Presidente.
Esa tarde, hablaba como alcalde y como Presidente. Su
primer año de gestión cerró con una paradoja: muy buenos
números económicos —bajaron la pobreza, la desocupación,
por primera vez en treinta años no hubo déficit fiscal (pero sí
superávit) y la deuda externa se redujo a la mitad— y dificultades
políticas por conflictos regionales y con distintos sectores.
Ese Evo de abril de 2007 ya había incorporado a su retórica
radical las preocupaciones del gestor. El Palacio, en el que
siempre temió quedar encerrado preso de protocolos ajenos,
había empezado a moldearlo.
El Presidente seguía obsesionado por observar
cada detalle. Esa tarde llamó al alcalde de
La Paz para que arreglara unos focos de la
Plaza Murillo y al de Cochabamba le indicó
que llevarían el cemento para construir una
calle en su ciudad.
A las siete de la mañana del día siguiente
abrió una reunión de Gabinete a la que asistí:
—Buenos días jefas y jefes, ¿qué tenemos
como orden del día?
Los ministros rodeaban la mesa oval del
salón del Gabinete.
Con columnas, acuarelas de próceres de la
patria y arañas sin prender, las luces de los
spots le daban al ambiente una blancura casi
hostil.
El Presidente tenía enfrente suyo una pantalla
gigante en el que se proyectaba el escritorio
de la computadora portátil de una asesora que lo escoltaba.
Al alcance de su mano, unos pañuelos de papel y una
campanilla que no haría sonar.
Mientras el ministro de Defensa exponía sobre una compra
de vehículos, Evo anotaba en un cuaderno y la disposición de
sus piernas marcaba las diez y diez. En su primera intervención,
arremetió contra el ministro de Educación, Víctor
Cáceres.
—Estoy muy molesto contigo. Has hecho un acuerdo con el
magisterio que afecta al Tesoro General de la Nación y no me
lo has dicho. Tanto yo como Álvaro te preguntamos y nos has
dicho que no. Eso es una deslealtad, compañero: has actuado
como dirigente del magisterio. Yo no voy a cumplir la promesa
que les has hecho, aunque el magisterio pare todo el año.
El ministro, de pelo lacio peinado al costado, anteojos de
marco gris y saco con suéter marrón, miró fijo al Presidente
sin transmitir bronca ni resignación. Había apagado su cara.
Ni siquiera ensayó una defensa.
Evo salió de la reunión para contestar uno
de los llamados que había atendido su edecán.
“¿Cómo es, jefazo?”—le dijo a su celular y a los
tres minutos volvió al salón y repartió pines
que combinaban la bandera de Bolivia, la
wiphala, una hoja de coca y la bandera con la
sigla del MAS:
—Es obligatorio llevarlos —indicó a los
ministros.

LA AGENDA

El lunes 21 de mayo pasé la última tarde con
Morales en su despacho. Solo, recién levantado
de la siesta, con el pelo mojado en sus
puntas, sus ojos achinados y la piel cobriza
suavizada por la almohada, estaba sentado
en la cabecera y de espaldas a la Plaza Murillo.
Mientras recibía el sol de las cinco de la tarde,
escribía con lentitud y en letras de imprenta las actividades de
la semana. Su agenda es un cuaderno negro con membrete de
la Presidencia en el que pidió que los renglones rojos empezaran
a las cuatro de la mañana y terminaran a la una de la
mañana. No existen agendas industriales para su rutina.
—Debes ser el único presidente que anota sus reuniones.
—Es que estoy imputado con algunas secretarias: a veces
perjudican el trabajo.
Su memoria le permitió ir llenando hora a hora todas las
actividades: anotó sus partidos de fútbol, las inauguraciones,
los actos, los viajes y cuando olvidó el nombre de una escuela
llamó al canciller Choquehuanca para precisarla.
Mientras seguía reconcentrado en su agenda escribió coliseo
con “s” y me preguntó si iba con “c o con s”, y así con otras dudas
ortográficas. No se avergonzaba. Es una de las rupturas de la
época. El presidente de Bolivia, además de blanco o mestizo,
debía mostrar ciertos saberes aprendidos en la universidad,
en la escuela, en las fuerzas armadas o en determinados círculos
sociales. Morales llegó sin esos saberes,
sin la cultura general de la clase media o alta,
y mostró la debilidad de ese imperativo: el
del jefe de Estado educado.
La mufa del mediodía ya se le había ido.
Se enojó cuando supo que no le dieron el
almuerzo a los campesinos de los ayllus del
norte de Potosí que habían ido al Palacio a
resolver un conflicto.“Los campesinos comemos
mucho”, explicó. En esos detalles se va una
dosis de prestigio: siente que debe cuidar a los
campesinos que visitan el Palacio y ellos deben
saber que el Presidente se preocupa por ellos.

CON LOS GRINGOS

A las 13.58 del domingo 23 de septiembre de
2007, el servicio secreto de los Estados Unidos
informó al embajador boliviano ante la Casa Blanca que no
había detectado francotiradores que pudieran atentar contra
la vida de Evo Morales.
—We are clean—, dijo uno de ellos.
El significado literal es ‘estamos limpios’; el figurado, todo
está bajo control.
Cada presidente que asiste a la inauguración anual de la
Asamblea General de Naciones Unidas dispone de una custodia
provista por el gobierno estadounidense, que puede
rechazar.
Pocos minutos después, el Presidente tenía programado
jugar un partido de fútbol en Nueva York, en un predio abierto
al río al sureste de la isla de Manhattan. Lo que aumentaba,
para los miembros del servicio secreto, los riesgos de un magnicidio.
Esa hipótesis no inquietaba a la delegación visitante,
más preocupada por la edad y las condiciones físicas de sus
rivales: una selección formada por inmigrantes bolivianos en
los Estados Unidos.
Camino al predio se encendió una nueva alarma
entre los agentes. Si Morales se cambiaba en
los vestuarios, pasaría demasiados minutos en
un lugar sin salida de emergencia. Cuando le
sugirieron al embajador Gustavo Guzmán que
no lo hiciera, el Presidente contestó:
—Oye, ¿pero quieren saber todo?
Cinco minutos después, el secret service experimentó
en vivo la primera crisis. Cuando la
delegación llegó a la cancha, unos dos mil bolivianos se abalanzaron
sobre su Presidente para tocarlo, pedirle una foto o
hablarle. Los diez grandotes trataban de detenerlos, sin éxito
manifiesto.
—Esto es una turba. Aquí no hacemos las cosas así —dijo
uno de ellos.
El servicio secreto pasaría los siguientes cuatro días de la
visita de Morales a Nueva York haciendo cosas que no suelen
hacerse allí.
Su llegada a la ciudad parecía poco auspiciosa. El Boeing
venezolano que lo trajo recibió orden de evitar el aeropuerto
neoyorquino John F. Kennedy y desviarse al de Newark, en
Nueva Jersey. Como no figuraba previamente en la lista de
aterrizajes, la delegación tuvo que esperar tres horas hasta
poder bajar del avión. Según el Departamento de Estado, el
desvío fue un malentendido. Los pilotos venezolanos explicaron
que en la escala previa de Santo Domingo mandaron dos
planes de vuelo, pero desde Kennedy decidieron el cambio de
aeropuerto. Morales se convenció de que se trataba del maltrato
que, según cree, el gobierno estadounidense le prodiga
cada vez que puede. Ese incidente, en apariencia mínimo,
contribuyó a su modo en la mayor escalada de conflicto con
Washington desde que asumió el gobierno.
La demora hizo que la delegación, el triple del número habitual
y con siete custodios en lugar de uno como suele tener,
pasara por el hotel sólo a dejar sus valijas y saliera rauda a
jugar el partido.
“Evo, si tú hubieras gobernado hace veinticinco años nosotros
no estaríamos aquí”, decía la pancarta más grande que
esperaba en el predio. Desde las gradas donde dio el primer
discurso, vio los puentes, las siluetas de Queens y de Brooklyn,
un helicóptero que rastreaba francotiradores y también a unos
jóvenes que bailaban un tinku como una experiencia casi atlética.
En el vestuario, Evo le indicó a Hernán, su asistente, que
me diera una camiseta para que debutara en su selección. Sólo
quedaba una remera número diez como la del Presidente, la
única con la palabra Evo en su espalda. Él se preocupó por
mis medias:
—Jefe, son las de Abimael Guzmán, pareces Abimael
Guzmán. Y estamos en Gringolandia. ¿No tienes otras?
Las rayas color blanco y negro de las medias le recordaban la
imagen del líder de Sendero Luminoso, vestido con un traje de
presidiario dentro de la jaula en la que se lo juzgó y condenó.
***
Evo visitó los Estados Unidos por primera
vez en septiembre de 2006 con motivo de la
inauguración de la Asamblea General de las
Naciones Unidas. Hasta entonces figuraba en
una lista de terroristas que no podían entrar
al país. Presidentes, ex presidentes, lobbistas,
académicos y políticos lo recibieron con
extrañeza y hasta con cierta admiración. Bill
Clinton fue uno de ellos. En la cola para
ingresar a un acto de su fundación, se codeaban
personalidades como Vicente Fox, Javier
Solana, Bill Gates o Madeleine Allbright. Clinton se detuvo en
Morales:
—Presidente, me honra con su presencia —agradeció ante
la sorpresa de los que miraban.
Al rato tendrían una reunión en un penthouse del hotel
Sheraton. Al ex presidente lo acompañaban tres asesores y un
empresario amigo.
—Usted no es Chávez. Si tiene petróleo, puede ser un bocón.
Es imprescindible para la democracia de Bolivia que a usted le
vaya bien. Si a usted le va bien quiere decir que hay democracia—
le dijo después de haberle prodigado el “tratamiento Clinton”, que
consiste en tocar al otro más de lo que se acostumbra.
Morales le habló de los quinientos años de dominación colonial
y ese tema no pareció interesarle tanto al ex presidente.
Mientras tomaba un café negro, Clinton se refirió a la administración
republicana:
—No importa los problemas que ha tenido con este gobierno.
Los que yo tuve han sido peores.
Cerró con un gesto final:
—Si yo fuera un minero boliviano, habría votado por
usted.
Al salir, le dijo a un asesor: “Escucha, quiero ayudar a este
tipo. No estoy diciendo pavadas”. Al otro lo sorprendió: “¿Es
este tipo real?”
Además de a Clinton, Evo había sorprendido
a sus custodios. En una primera
reunión con indígenas pidió que cada uno
se presentara.“Soy Evo Morales, un aymara
del ayllu...” Hasta que la ronda llegó a un
pelirrojo alto y el Presidente le indicó, con
un gesto, que él también lo hiciera: “Soy
John, del servicio secreto”.

JEFAZO

Después de la cena, Evo subió a su cuarto
para dormir. En el
camino, dijo que teníamos que hablar.
—¿Cómo se llamará tu libro?
—Jefazo.
—¿Jefazo? (riéndose). No, pero tiene que ser Subjefazo.
***
El 31 de enero de 2006 el Palacio Quemado olió a alcohol y
a dulce quemado por la ko’a, un rito andino que había dispuesto
el Presidente para expulsar la mala energía del edificio. Los
amautas prepararon dos mesas —una blanca y otra de colores—,
le entregaron un sahumerio, pidieron por su salud, por
una buena gestión de gobierno y porque pronto encontrara
pareja.
Morales ordenó que el rito se reiterara en cada esquina de
la Plaza Murillo: la mala onda, sostenía, había franqueado las
paredes del Palacio



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