Miles de personas en los parques, sin mucho que comer o beber; bañándose en los charcos de las calles; sufren por sus muertos; recorriendo la ciudad buscando a sus familias; vuelven a levantar los escombros, una y otra vez, para hallar a los suyos; algunos niños vuelven a preguntar por sus padres; se preguntan el porqué de tanta angustia; miran al cielo en busca de respuestas que aún continúan sin llegar.
En la ciudad, andar con un barbijo es un privilegio, los que no lo tienen untan en sus narices pasta de dientes para no oler a los muertos. Y aunque ya son menos los cadáveres en las calles, aumenta el hedor que sale de los escombros, frente a los cuales se acumulan decenas de personas cuando los equipos de rescate hacen lo inenarrable para sacar un cuerpo.
Las gasolineras y zonas comerciales se han convertido en campos de combate. Allí decenas de hombres se arremolinan para conseguir el combustible, y restos de alimentos imagen idéntica a la de los camiones que traen el agua y la comida. Ha crecido el miedo a la posibilidad de se comiencen a traficar menores, dado que a medida que los días pasan se observan muchos de ellos deambulando por las plazas.
Mientras que los países de la “América Morena” se solidarizan con el pueblo haitiano, cubriendo los temas básicos de la salud, la protección y la alimentación de los sobrvientes. Las fuerzas militares del “Nóbel de la Paz” se pasean por las calles adementando y cumpliendo el rol de policías ante un pueblo derrotado por una desgracia provocada por la naturaleza.
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